07 mayo 2007

Ni un pibe menos

Las historias que uno lee en los diarios en general pasan de largo: a lo sumo un pinchacito en el corazón, y en cuestión de minutos la mente se distrajo en otra cosa.
Pasa eso pero no siempre. A mí no me pasa con las notas de Sandra Russo, por ejemplo. Tampoco con las crónicas de Alberto Morlachetti, o con algunas editoriales de Eduardo Aliverti.

Pero vuelvo a Sandra. Hace poco lloré con una nota de ella e inmediatemente me sentí culpable: llorando frente a la pantalla de mi computadora, igual que alguna otra persona mientras ve una novela, pensé. ¿De qué sirve?
Hoy, mientras pensaba que decir sobre la Marcha de los Chicos del Pueblo, que arranca ahora, me topé con la última contratapa de Sandra en Página/12. Es quizás un epílogo de aquella nota. Habla de una nena a la que conoció en la calle y que quería ser como la actriz de una telenovela. Se me hizo un nudo en la garganta. Pero igual que la autora de la nota, hice el esfuerzo de no llorar.

Ahora sé para qué sirven las notas periodísticas bien escritas. Primero, para dar una puñalada (el derechazo a la jeta, diría Fontanarrosa). Pasada la conmoción, la historia nos debe quedar prendida, abrochada a la memoria y a la conciencia.

Y ahora que sé que Fanny, que parecía más chiquita todavía de lo que era, se murió de golpe, sin que nadie entendiera por qué, creo que esa foto está aquí para que yo haga esto, para que escriba sobre Fanny y su soledad, sus sueños y su risa descontrolada. Fui testigo de Fanny, que revolvía las bolsas de basura en el McDonald’s buscando pedazos de hamburguesa que habían estado en boca de otros. Una nena a la que muchas veces insultaron desde los autos que pasan por la avenida Las Heras. Parte de la mugre que incomoda. Una nena que no tuvo libros de hadas y que recortó la foto de una actriz mexicana de una revista barata para ser ella también una nena con princesas en la mente y en el corazón. Como pudo, por instinto, por obstinación, Fanny se resistió a ser desposeída también de su infancia. Resistió con lo que tenía a mano, y encontró una foto que la hizo suspirar. Fanny vivió en la pobreza profunda, pero aun allí fue una niña ilusionada por lo que, quizá, el futuro tuviera reservado para ella.

No quiero que estas líneas suenen quebradas, porque la persona que las inspira era íntegra y valiente. No quiero llorar por Fanny aquí. Quiero en todo caso recordarla y dejar constancia de su vida, de sus sueños. Y la manera más justa que se me ocurre para recordar a Fanny es sosteniendo su recuerdo en dos dimensiones paralelas. Por un lado, como la nena única e irreemplazable que conocí, y ya forma parte de mi propia historia personal. Pero por otro, creo que pude ver en ella a tantos otros chicos que no les duelen a nadie.

“El hambre es un crimen” es la consigna que desde hace años moviliza a Los Chicos del Pueblo, que comienzan su marcha de este año el próximo lunes. A Fanny y a sus primos y hermanos les llevamos útiles, pero es evidente que ése fue un gesto de cariño, y no la creencia en que una ayuda de ese tipo modifica algo.

¿Habrá sido evitable la muerte de Fanny? No lo sé. Pero es perfectamente evitable, por ejemplo, la muerte de miles de chicos correntinos: la Universidad del Nordeste comprobó que la mitad de los chicos de Corrientes capital está en estado de desnutrición. ¿Con qué derecho vivimos nuestras vidas de wi fi y msn mientras hay estómagos pequeños que se retuercen de jugos gástricos y vacío? Estaría fallándole a Fanny si no advirtiera que su muerte es política.


Desde hoy, en esta mañana que aquí en la costa atlántica es muy fría, y que imagino en Misiones menos fría pero quizás más húmeda, unos cuatrocientos chicos argentinos marchan para recordarnos a esos otros millones de ellos que viven en la pobreza, y sobre todo a esas decenas (¿cuántos?) que mueren de hambre todos los días en Argentina.

El hambre es un crimen.

1 comentario:

Poesía como un arma dijo...

Excelente nota; imposible ser el mismo después de leerla, después de haber conocido niños que se mueren tan absurdamente, más incluso que cualquier niño que se muera.
El hambre es un crimen; pero no un crimen cometido por un sujeto indefinido: el hambre es el crimen que comete el capitalismo; y más: que cometen los capitalistas.
Cada vez que escuchemos esa palabreja (capitalismo)un tanto ahuecada por la fraseología vacía o por la falsificación de los supuestos des-ideologizados, pensemos en la concreta cara de los nenes que se mueren en la vereda mientras un ápice triunfa opulento.
El hambre es un crimen, sí. Lo cometen los ricos.