15 septiembre 2006

Tomala vos, damela a mí


Protegido bajo varias capas de nylon guardo un manojo de recuerdos de la adolescencia que cada tanto repaso con nostalgia. Son papeles, fotos, cartas, algun dibujo y tarjetas de amigos de esos años inolvidables.
Una de las cosas a la que le tengo más cariño es una nota pequeña, en una hojita de block que me escribió Valeria, que por entonces cursaría 4to año en la misma escuela secundaria que yo, que estaba en 2do.


Fue allá por 1987, a pocos días de otro aniversario de la noche de los lápices. Yo empezaba a acercarme a las actividades que desplegaba un incipiente Centro de Estudiantes, que estaba a punto de cambiar su estatuto para que todos los alumnos de la escuela pudieran elegir a sus representantes. Ella, ya una “experimentada” militante estudiantil, quería contarme sobre los chicos platenses, a los que en pocos días habríamos de recordar con la proyección de la película que lleva el mismo nombre que tomó el triste suceso.




María Claudia, Daniel, María Clara, Francisco, Claudio, Horacio, Pablo, Gustavo, Emilce, Patricia, secuestrados y desaparecidos en esos días, no fueron los únicos adolescentes víctimas del plan represivo y genocida del "Proceso de Reorganización Nacional" (sin tantas palabras, una dictadura sangrienta) en Argentina. Pero son un símbolo porque como tantos otros, pelearon por sus derechos y los de los demás, aun sabiendo (aunque nunca del todo) a qué se enfrentaban.

Lo que hizo Valeria, a pequeñísima escala, fue crear conciencia. Lo que me inspiró conocer esa historia fueron muchísimas ganas de luchar (en esos días también reclamábamos el boleto estudiantil), más indignación (era la época en que empezaba a saber lo que había pasado en mi país, y que se protestaba por las leyes de punto final y obediencia debida), y también entusiasmo, ganas de contárselo a otros.
Y recordar hoy esos días en que supe aquello me lleva también de vuelta a esos tiempos: de pegatinas de carteles por la escuela (que manos ávidas de silencio pronto despegaban), la primera marcha, una sentada cuando nos quisieron sacar las vacaciones de invierno, repartidas de volantes a la salida (hechos prolijamente con Letraset y fotoduplicados con la plata del colectivo de la semana)... Una madrugada tomando el 580 de noche, con guardapolvo y una urna hecha con una caja de cartón bajo el brazo, reuniones en casa de uno u otro, dos elecciones perdidas y una ganada, aprender lo que era una asamblea. Amigos de esos días: Valeria, Fabiana, Pablo, María...
Era 1987 y nosotros podíamos cantar. Y es un recuerdo infinitamente hermoso haber estado allí. Aunque mi entusiasmo y mi compromiso tuvieran los límites que mi adolescencia convulsionada permitía. María me lo recordó hace poco, y no dolió porque sé que los caminos del crecimiento implican elecciones, y uno vive eligiendo.
Aunque si tuviera que elegir hoy un recuerdo de mi adolescencia tal vez no me quedaría con la plaza de la Catedral y sus tardes de sol, ni con las noches caminando por el centro buscando donde tomar unas cervezas, ni con ese beso, tampoco... Seguro elegiría esa tarde que saqué de la mochila los volantes y los repartí entre mis compañeros de la Lista Azul, o esa otra en que, sabiendo que llegaría tarde a casa, marché cantando, juntos a otros muchos como yo

Tomala vos, damela a mí
por el boleto estudiantil...

Otros cuentan
A 30 años: acto en el "Pozo de Banfield", en ANRed
La historia no oficial de la Noche de los Lápices, en Zona 22
Flores de septiembre, en Indymedia

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Recuerdo siempre la frase de un amigo de la Universidad: "hay que aprender a solidarizarse con las causas que uno cree justas". Es lo mejor que me llevé, el despertar de mi conciencia ciudadana.

Me es difícil imaginar lo que describes. Había leído de lo horrible que fueron esos tiempos en Argentina, tantos desaparecidos, lanzamientos de personas al mar desde pleno vuelo.

Seguiré leyendo

saludos

Nat dijo...

Pues este es un pequeño instante de justicia y de paz personal: aquel en que una sola persona, sólo una de las que pasan de largo cada día, alguien que vive a mucha distancia y que no lo ha vivido, que no le ha tocado, después de leer algo que uno escribe, dice "seguiré leyendo".
Deber cumplido, le dicen. O algo así.

Fede dijo...

Este año por fin lograremos el boleto, después de tantos años de lucha