Iluminados por el fuego

El miedo: el miedo no es igual. El miedo cambia. Hay miedos y miedos. Una cosa es el miedo a algo – a una patrulla que te puede cruzar, a una bala perdida-, y otra distinta es el miedo de siempre, que está ahí, atrás de todo. Vas con ese miedo, natural, constante, repechando la cuesta, medio ahogado, sin aire, cargado de bidones y de bolsas y se aparece una patrulla, y encima del miedo que traés aparece otro miedo, un miedo fuerte pero chico, como un clavito que te entró en el medio de la lastimadura. Hay dos miedos: el miedo a algo, y el miedo al miedo, ese que siempre llevás y que nunca vas a poder sacarte desde el momento en que empezó.

Fogwill- Los Pichiciegos

Era el invierno de 1982 y yo tenía nueve años. La maestra de 4to grado de la Escuela 19 de Quilmes aseguraba que no había que hablar en inglés, que no debíamos estudiar ese idioma. Campañas para juntar chocolates que iban a mandar a los soldados de Malvinas. Simulacro de bombardeo en la escuela, había que esconderse debajo de los pupitres. Nos dijeron que, eventualmente, podrían llevarnos al sótano. Había que contar cuantas sirenas tocaban los bomberos. Ya no recuerdo cuantas significaban un ataque aéreo (¿sobre Buenos Aires?, parece que sí lo pensaban). Del miedo, tampoco podía contarlas, y es que siempre sonaban de noche. Por suerte mi hermano mayor me tranquilizaba. Usualmente era un incendio, o alguna otra cosa.
Nunca pude imaginar la guerra. Era chica y me la contaban de lejos. Apenas el recuerdo vago de los comunicados militares en la tele. Apenas eso, y algunos comentarios en casa.
No fue hasta que leí la novela de Fogwill que se me dio por imaginar lo que fue Malvinas. El libro pinta la guerra sin hablar de los combates ni de la cantidad de armamentos, porque habla de los pequeños detalles del espanto: la nieve sucia, el olor a muerto, la desesperación de vivir bajo la tierra sin polvo químico que neutralice los excrementos, la vibración en el estómago que producen los bombardeos, el miedo en todas sus formas posibles.
Pienso ahora en la vergüenza, el maltrato y el casi secuestro de esos chicos que no sabían adonde iban. Las vejaciones, el abandono, la falta absoluta de preparación de un ejército manejado por un milico ebrio que buscaba perpetuarse en el poder. La miseria de la vuelta, el olvido de los que fueron, en un país que de olvidos está lleno.
La película de Tristán Bauer camina en ese sentido. Rescatar el negro recuerdo de Malvinas del entierro, de la penumbra en que parece haber quedado.
Imágenes verdaderas, ciertas, dolorosas. Un sacudón en el alma. Un necesario repaso por esa historia tan poco contada. Y sin dudas, el cine que me gusta ver.

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Malvinas y la Argentina ciclotímica, en Bloxito