30 enero 2006

La política del exterminio


Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados:
buscan a un hombre, buscan a un pueblo,
lo persiguen, lo absorben, se lo tragan.
Miguel Hernández

Siempre pensé que las cárceles no deberían existir. Ni así como están, ni en mejores condiciones. En el mundo ideal que llevo conmigo a modo de utopía, -como dice Galeano, tan sólo para poder caminar hacia ella-, el hombre ha inventado una mejor manera de defenderse de su propia agresividad. O tal vez es la sociedad la que ha desarrollado mejores formas de convivencia que la inmunicen contra el dolor y la violencia que ella misma genera.
Y es que desde sus inicios las cárceles sólo han sido funcionales a un objetivo que no es, por cierto, el de “rehabilitar” a nadie. Más bien han servido para castigar en el peor de los sentidos: arrancando al hombre no sólo su libertad, sino también su dignidad.
En la provincia de Buenos Aires (Argentina), donde vivo, el Estado tiene a su cargo 40 establecimientos penitenciarios. La mayoría de ellos son verdaderos centros del horror donde son moneda corriente el hacinamiento, el hambre, los suicidios, asesinatos y torturas.
La situación de abandono explota de tanto en tanto, como ocurrió hace tres meses con la masacre en el penal de Magdalena, donde murieron 33 internos. Un día antes de ese hecho el Comité contra la Tortura de la Comisión por la Memoria había presentado un recurso de habeas corpus (luego de haber visitado otro de los centros de detención de Magdalena), denunciando que las condiciones de alojamiento “se correspondían con las de un campo de concentración”.
El escenario es el mismo en casi todas las unidades penales. Y cuando la noticia desaparece de las tapas de los diarios, lo más fácil para la mayoría de nosotros es olvidarlo.

Para que tratemos de evitar el olvido, o al menos para saber un poco más, los invito a leer el artículo “Las cárceles del exterminio” , en la última edición de revista La Pulseada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Después de revisar la distribución de presos, queda la sensación, mi querida Natalia, de que las cárceles son como engranajes de los poderes de turno.

En esta época neo-liberal (a pesar de las apariencias sudamericanas), que el poder real está en manos de los grupos económicos, las cárceles sirven (deberían) al objetivo de dejar tranquilos a consumidores y proveedores de mercancías, guardando a los excluidos de ese gran sistema comercial.

Como te decía hace mucho, mucho tiempo, aquí mismo, la gran máquina neo-liberal produce pobreza, angustia y violencia y los grandes subsistemas del Estado (como lo es el penitenciario) procuran mantener las cosas en equilibrio, pero nunca hechar mano a soluciones más profundas. A veces, quizá por ignorancia, otras para no modificar el statu quo.

Nos queda a nosotros modificarlo, tal vez no por la fuerza pero si, siempre, educando, poniendo las herramientas del conocimiento en las manos de la gente. Es una gran empresa, pero vale la pena, ¿no te parece?